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PANORAMA DE LA INVESTIGACIÓN SOCIOLÓGICA SOBRE EL BINOMIO DEPORTE Y LGTBIQ+

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Esta crónica pertenece a Todos, visibilizando el deporte LGBTIQ+.  

En el terreno académico, la preocupación por la problemática concreta de la homosexualidad en el campo del deporte se inicia a finales de la década de los ochenta en el ámbito anglosajón. Los estudios de Griffin (1990), Lenskyj (1997), Pronger (1991) o Sykes (1998), fueron los primeros que estudian la situación de las personas homosexuales en el ámbito del deporte, describiendo y analizando las opiniones, creencias, dificultades y sentimientos de estas personas al enfrentarse a una sociedad heteronormativa. A partir de aquí han proliferado multitud de estudios que analizan la situación de gays y lesbianas durante la práctica deportiva, encontrando dos grandes grupos. Un primer grupo de estudios que demuestran, y siguen demostrando, la existencia de prejuicios entre la población a que este colectivo practique actividad física con ellos (Cunningham y Melton, 2012; Gill et al., 2010; Kauer, 2009; Messner, 2007; Sartore y Cunningham, 2009), encontrando a un considerable número de autores que siguen confirmando la existencia de un clima hostil hacia la diversidad de orientación sexual en el deporte (Barbero, 2003; Davis-Delano, 2014; Griffin, 1998; O’Brien et al., 2013; Pronger, 2000), especialmente entre los deportistas más locales y menos populares (Anderson, 2002; Sternod, 2011). Es decir, este grupo estudia y confirma la existencia de un ambiente homófobo en el deporte, entendiéndose este como el contexto donde domina el miedo irracional hacia las personas homosexuales (Hyde y Delamater, 2006) y que se puede expresar de diferentes formas. Así, por ejemplo, estas conductas negativas hacia la diversidad se ven acrecentadas en el caso de ser deportistas (Cunningham y Melton, 2012), entrenadores (Sartore y Cunningham, 2007) o aficionados varones (Campbell et al., 2011). En este grupo de estudios, se constata que el deporte ha sido históricamente un ámbito de dominación masculina, concretamente de una masculinidad hegemónica (Connell, 1995), donde la diversidad de género y sexual ha estado claramente marginada y repudiada (Davis-Delano, 2014; Griffin, 1998; Krane, 1997; O’Brien et al., 2013; Pronger, 1990 y 2000). Las investigaciones han señalado un variado repertorio de formas de discriminación (Barber y Krane, 2007; Griffin, 2002), provocando que aquellas personas que se salen de los estereotipos dominantes se vean forzadas a permanecer invisibilizadas y silenciadas por la heteronormatividad (Devís et al., 2005; Krane y Barber, 2003; Sykes, 2001). 

Es por ello que los autores (Cashmore y Cleland, 2011; Cavalier, 2011) destaquen la importancia de hacer visible la diversidad sexual en la práctica deportiva, especialmente entre deportistas de reconocido prestigio. Sin embargo, algunos estudios centrados en la presencia del género deportivo en el cine y los medios de comunicación (Ramírez et al., 2014; Caudwell, 2009) demuestran la escasez de personajes LGTBI reflejados en las pantallas del cine occidental, lo que contribuye a reforzar la escasa presencia e invisibilidad de deportistas no heterosexuales en el deporte, en general, y en el deporte de alto rendimiento, en concreto. Por lo demás, muchos de los estudios realizados en el marco de este grupo señalan que la situación es más complicada para hombres que para mujeres, dada la diferente influencia de la heteronormatividad en el deporte femenino que masculino (Eng, 2006). 

Los estudios con jóvenes deportistas de Roper y Halloran (2007) y con técnicos de Ensign et al. (2011) confirman que las actitudes hacia gays y lesbianas eran peores entre los hombres que entre las mujeres. Y un segundo grupo de estudios rebaten o atenúan la persistencia de actitudes negativas en el deporte hacia las minorías sexuales, compartiendo que el contacto y la participación en actividades deportivas de heterosexuales y no heterosexuales favorecen la creación de un clima más respetuoso (Adam y Anderson, 2012; Cunningham y Melton, 2012; Ensign et al., 2011), siendo, así, aceptadas y reconocidas las diferentes orientaciones sexuales (Anderson, 2011; Eng, 2008). Aun siendo así, comparten igualmente desde este grupo de autores que cada una de las realidades de gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros e intersexuales son muy diferentes entre sí, por lo que se necesitan ser contextualizadas y estudiadas de manera individualizada para poder entender sus particularidades. 

Así, la investigación de Kauer y Krane (2006) destaca que la “salida del armario” de las mujeres dentro del equipo femenino afectó positivamente a las actitudes de las jugadoras heterosexuales. El estudio longitudinal con jugadores de rugby y hockey hierba en Reino Unido de Anderson et al. (2012) resalta la atenuación en los últimos años de las actitudes negativas hacia la homosexualidad entre los y las deportistas, derivándose de los resultados que en el momento del estudio ya eran aceptados determinados comportamientos que anteriormente eran señalados y rechazados para los hombres. Similarmente, los estudios de Ensign et al. (2011) y Oswalt y Vargas (2013) encuentran actitudes positivas hacia deportistas LGTBI, existiendo tan solo un 15 % de los entrenadores y entrenadoras que demostraban actitudes negativas. 

Ante estas evidencias del cambio vivido en relación a la aceptación social de la diversidad sexual en el entorno deportivo, Anderson (2009) plantea en su teoría de la masculinidad inclusiva el concepto de homohysteria, definiéndolo como el miedo a ser identificado como homosexual. 

Este sentimiento se caracteriza por huir del contacto físico, falta de muestras de afecto y emociones, y el mantenimiento de un discurso homofóbico. Así plantea (Anderson et al., 2016) que, dependiendo de la situación social, cultural y legislativa, los niveles de homohysteria pueden cambiar, configurando tres posibles etapas: homoerasure, homohysteria e inclusivity. 1) Homoerasure, con sociedades con altos niveles de homofobia y donde la heteronormatividad es la regla. 

Los hombres pueden mostrar señales de intimidad física, emotividad... sin ser señalados, pues en esta fase se reniega incluso de la propia existencia de la homosexualidad; 2) Homohysteria, sociedades con una homofobia cultural generalizada, donde existe el rechazo a la homosexualidad. En este marco las señales de intimidad o emotividad entre personas del mismo sexo es problemático y generan sospechas de homosexualidad, y 3) Inclusivity, sociedades que, aun persistiendo cierto grado de homofobia, en general las actitudes positivas son mayoría. 

Se presenta una mayor libertad. Sociedades como la británica o la americana, donde se han realizado los estudios que recientemente cuestionan la persistencia de actitudes negativas en el deporte, empiezan a configurarse como más tolerantes. Sin embargo, en otras culturas no anglosajonas, como la española, la escasez de estudios en el deporte sobre este asunto no permite hacer un diagnóstico acertado y real de la situación. 

La mejora del clima hacia las personas no heterosexuales se hace más claro cuando se entra en contacto directo con personas del colectivo LGTBI (Adams y Anderson, 2012; Cunnigham y Melton, 2012; Ensign et al., 2011). Justamente por ello, y por el rechazo generalizado y evidente hacia las personas LGTBI en el deporte, muchas de ellas, antes de abandonar la práctica deportiva, han buscado contextos más tolerantes y respetuosos donde sentirse más cómodos (Walther, 2006), como son los clubes, las ligas deportivas LGTBI o los eventos internacionales como Gay Games o Outgames. En estos ambientes, los deportistas experimentan una sensación de mayor libertad, libres de prejuicios y discriminaciones (Jarvis, 2006; Watson et al., 2013; Wellard, 2006), aunque se pueda caer fácilmente en la creación de guetos (Symons, 2007). A este respecto, se han estudiado las motivaciones que llevan a muchos deportistas a dejar la organización deportiva tradicional para incorporarse a esos otros clubes deportivos LGBTI (Place y Beggs, 2011). 

En la comunidad académica francesa ha existido un debate muy interesante en los últimos años sobre esta última cuestión. Los autores que trabajan sobre este objeto de estudio (De Léseléuc et al., 2011; Lefébre, 1998) se preguntan si la incorporación de los deportistas homosexuales a asociaciones como estas favorecen procesos de desestigmatización, o muy al contrario, dificulta la integración social al generar un nuevo espacio de aislamiento institucionalizado. En el debate se especula sobre la necesidad de generar procesos de la diversidad y se busca recalcar la masculinidad o feminidad propia para alejarse de  apertura de las asociaciones deportivas LGTBI, a la vez que se debate si el salir fuera de los circuitos del deporte institucionalizado, es decir, fuera de las asociaciones de tintes predominantemente heteronormativas, no dificulta la definitiva aceptación social que persiguen. 


Revista Española de Sociología (RES) 2019 © Federación Española de Sociología


(Fotografía de Free Photo)


Esta crónica pertenece "Visibilizando el deporte LGBTIQ+", proyecto financiado a través del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social 2023 del Gobierno de Chile y del Consejo Regional.