ZoyaPatel

13.00 | ¿DEPORTE PARA ESTAR BIEN Ó ESTAR BIEN PARA HACER DEPORTE?

De Los Medios Internacionales.

Este aparentemente inocente juego de palabras, me permite abrir algunas reflexiones en cuanto a esta disyuntiva. Por un lado parecería una perogrullada intentar esclarecer aún más los beneficios que trae aparejado la práctica sistemática del deporte, hacia la conquista y mantenimiento del estado de buena salud. Pero al mismo tiempo, me doy el permiso de parafrasear a un colega y suspender por un momento la suspensión de dudas[1]; y compartir entonces un interrogante acerca de sí no es condición necesaria estar en “buena forma” para poder acceder a determinadas ofertas deportivas.

Creo que el acercar definiciones al concepto de Deporte podrá sugerirnos que nuestra posición se adhiera a uno u otro axioma. Si tomamos el concepto de Deporte en sentido restricto, hoy en nuestra sociedad está identificado con una disputa corporal, donde el rendimiento máximo legitima su valoración final. Es decir, lo importante como capital cultural puesto en juego es alcanzar nuestros mayores rendimientos, que en el peor de los casos, si no alcanzaran para saborear el triunfo por lo menos nos dejarán la satisfacción del deber cumplido. Esto inevitablemente institucionaliza una lógica de comportamiento, que cuando los practicantes escapan de ella, reciben la reprobación y abucheos hasta de sus ocasionales compañeros de juego. Podríamos expresar una “lógica meritocrática”.

Si en cambio tomamos el concepto de Deporte en sentido extenso, podemos considerar el origen del término y descubrir que proviene del verbo latino “deportare”, distraerse, y luego se sustantivizó en francés e inglés en la forma “desport” o “disport”, es decir diversión. Es decir, si nos adherimos a esta concepción amplia del deporte como actividades corporales íntimamente relacionadas con el placer, con el bienestar, al menos deberemos coincidir que entonces se demandará otras lógicas de comportamiento, “naturalmente” distintas de las anteriores.

Retomo entonces mis inquietudes originales. ¿Cuál de estas lógicas de comportamiento podremos asociar más fácilmente a la Buena Salud? Desde nuestras prácticas cotidianas como Profesores de E.F. ¿Qué competencias buscamos desarrollar en nuestros alumnos escolares? ¿Aquellas que demandan, valoran y estimulan el rendimiento, la victoria, la mejor marca, el mejor tiempo, el equipo invicto, la valla menos vencida, el récord, el mérito a la mejor perfomance? ¿O reconocemos -inclusive desde nuestras calificaciones- el placer por el movimiento, la alegría, el protagonismo sin subordinarlo al elitismo deportivo, la plena aceptación de las diferencias?

Al mismo tiempo, alumnos y docentes, encontramos una fuerte cultura por lo corporal. Desde distintas áreas se enfatiza sobre los beneficios del quehacer gimnástico deportivo. La televisión muestra reiteradamente cada vez más minutos-aire con algún contenido deportivo. La multiplicación de las canchas de paddle en sus momentos, o de los gimnasios de aerobics en otro, son solo algunas muestras de la fuerte guerra que se le declaro al sedentarismo. Sin embargo, en mi opinión, esta corriente gimnástica-deportiva está basada en principios mercantilistas, propio de nuestra sociedad de consumo. Más que la práctica aeróbica lo que se vende es la posibilidad de lograr un escultural cuerpo “barbie”, que asegura una aceptación social encandiladamente tentadora para quien lucha denodadamente por dos kilos de más. Bajo la misma posición, desde los programas de deportes el mensaje hegemónico es monopolizado por el Hay que ganar o ganar. Este puesto privilegiado para unos pocos, y envidiado por muchos, asegura dinero, fama, popularidad, reconocimiento.

Desde estos contextos, y con una seria posibilidad de la invasión del Deporte con una concepción restricta en los patios de nuestras escuelas, donde cada día tienen un protagonismo marcado aquellos habilidosos que se asemejan a los héroes de turno, y una pasividad frustrante para aquellos que no alcanzan ni los límites asignados para suplentes, me permito preguntarme ¿Qué actitudes enseñamos a nuestros alumnos, para que todos puedan asociarlas fácilmente con el estado de buena salud?. Nuestra legitimación pedagógica dentro de la escuela nació y creció sobre los beneficios que nuestra disciplina aporta para el desarrollo de la buena salud (que por otra parte esta “capacidad” no ha perdido vigencia), pero... ¿Sobre qué acciones concretas establecemos la coherencia con aquellos discursos teóricos?.

A modo de cierre, paradójicamente intentaría abrir reflexiones. Es que tal vez aquella virtud de la coherencia, magníficamente expresada por Paulo Freire[2], sea necesaria construirla paso a paso, armarla y rearmarla con el esfuerzo cotidiano de nuestras reflexiones. Es importante a mí entender que un docente no se conforme con tener buenas intenciones. Debe hacer todo su esfuerzo para llevarlas a la práctica. En el decir de Antelo[3] “Un profesor es alguien que tiene algo para enseñar, pero además, lo enseña. Tiene que enseñarlo. No puede no enseñarlo”. Solo de esta manera podremos facilitar que nuestros alumnos corran para estar bien, y no deban estar bien para recién entonces tener un reconocimiento y poder correr.
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